Ser Principiante Siempre: El Yoga de No Creerse Llegado

En yoga ser principiante siempre es una actitud esencial. Una filosofía que invita a soltar el ego, escuchar al cuerpo y practicar desde la honestidad, no desde la expectativa.

El Yoga Como Recuerdo de Lo Que Nunca Se Fue

Hay una idea que atraviesa la tradición del yoga desde sus textos más antiguos hasta la práctica moderna: la importancia de mantener una actitud de principiante. “Ser principiante siempre” no es un eslogan bonito ni un consuelo para quien empieza; es una filosofía de honestidad radical que invita a no creerse llegado a ninguna parte, incluso cuando las posturas parecen fáciles y los años de práctica se acumulan.

En yoga, como en la vida, el verdadero aprendizaje sucede cuando se deja espacio para no saberlo todo. Y por eso, hoy más que nunca, recordar la actitud de principiante es indispensable. No se trata solo de una cuestión técnica o de humildad superficial. Es una disposición interna que permite vivir cada respiración, cada asana, como si fuera la primera vez.

La falsa cima de “ya sé”

Uno de los mayores peligros en cualquier disciplina —y especialmente en yoga— es instalarse en la sensación de control. Ese momento en el que uno cree que ya domina la postura, que ya entendió la respiración, que ya está “avanzado”. Ahí, cuando dejamos de escuchar al cuerpo porque suponemos que lo conocemos, comienza a secarse la experiencia.

Ser principiante siempre significa cuestionar esa idea. Porque aunque hayas practicado mil veces Trikonasana o hayas respirado Ujjayi durante años, tu cuerpo no es el mismo que ayer, tu mente no respira igual que la semana pasada y tu energía cambia como cambia todo lo vivo.

La filosofía del yoga enseña que la práctica no se mide en años, sino en presencia. Y solo quien mantiene una actitud de principiante puede habitar el momento con verdadera atención.

La práctica como pregunta, no como afirmación

Cuando te aproximas a una asana desde la idea de “ya sé cómo se hace”, cierras posibilidades. En cambio, cuando entras en ella preguntándote “¿cómo está hoy mi cuerpo en esta postura?”, la experiencia se renueva. Ese es el espíritu de ser principiante siempre: moverse desde la curiosidad y no desde la certeza.

La tradición yogui lo recoge en conceptos como Abhyasa (práctica constante) y Vairagya (desapego), recordándonos que el yoga no es acumular logros, sino aprender a soltar expectativas, formas preestablecidas y la trampa del control.

Porque no hay ningún asana que se practique igual dos veces. El cuerpo, el estado emocional, el momento vital… todo influye. Y eso solo puede percibirse si uno se aproxima con los ojos y el corazón de quien empieza.

Lo técnico se aprende, lo esencial se recuerda

Puede que memorices cómo alinear los pies, cómo activar los bandhas, cómo mantener la mirada en Drishti. Pero todo eso es mecánica si no hay una actitud honesta detrás. La técnica es importante, sí, pero su propósito no es el perfeccionismo exterior sino abrir el cuerpo para que suceda algo interior.

Ser principiante siempre implica dejar de buscar que te salga “bien” y empezar a practicar para sentirte presente. Es comprender que cada asana es una excusa para afinar la escucha, no para coleccionar posturas dominadas.

Como decían los antiguos maestros: no importa cuántas asanas hagas, sino cómo estás en ellas. Y esa calidad de presencia solo se alcanza si uno se permite ser principiante, incluso después de años.

Derribar el ego sin violencia

Esta actitud también toca el ego. Porque aceptar no saber, volver al principio, admitir que algo que creías dominado se siente difícil, requiere valentía. La valentía de quien no se identifica con su práctica sino con su capacidad de habitar el presente.

Ser principiante siempre no significa desvalorizar tu recorrido, sino comprender que en el yoga el recorrido no lleva a ningún lugar fuera de ti. Que la única meta es volver, una y otra vez, a ese espacio íntimo donde no importa lo que sabes, sino lo que sientes.

Y cuando logras colocarte ahí, sin exigencias ni resistencias, la práctica recupera su fuerza. Vuelve a ser viva. Se vuelve conversación contigo, en lugar de performance para otros o para tu propio ego.

La sabiduría de volver a empezar

Quizá el mayor acto de sabiduría en yoga sea saber empezar de nuevo. No por olvido, sino por consciencia. Reconocer que cada día que te colocas sobre la esterilla, tienes la oportunidad de conocerte desde otro lugar. Que el cuerpo cambia, que la respiración cuenta otras historias, que la mente se mueve en matices que solo captas cuando no das nada por hecho.

Ser principiante siempre es también una enseñanza para la vida fuera de la práctica. Nos recuerda que ninguna relación, ningún proyecto, ninguna etapa vital debería vivirse desde la soberbia de lo sabido, sino desde la humildad de quien sigue descubriendo.

Vivir la práctica como experiencia, no como logro

Ser principiante siempre es renunciar a la ilusión de llegar, para empezar a habitar el camino. Porque en yoga, como en la vida, nadie llega nunca a ninguna parte definitiva. Solo se avanza en honestidad, en escucha, en presencia.

Practicar yoga desde esta filosofía es mucho más que un ejercicio físico o mental. Es recordar que lo importante no es dominar las formas, sino vivirlas.

Que la verdadera maestría consiste en no perder nunca la capacidad de asombrarte con lo simple.

Así que la próxima vez que entres en una postura, aunque la hayas hecho mil veces, permite que sea nueva. Porque cuando la práctica se vive como si fuera la primera vez, es cuando verdaderamente se convierte en tuya.


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