El arte de equilibrar estabilidad y ligereza. Raíces que sostienen y alas que liberan, una práctica para el cuerpo y la vida diaria.

El yoga es, en esencia, un diálogo entre opuestos.
En cada postura, en cada respiración, se entrelazan la fuerza y la suavidad, la quietud y el movimiento, la raíz que sostiene y el ala que se despliega.
Cuando hablamos de equilibrio, no nos referimos únicamente a mantenernos erguidos sin caer, sino a descubrir ese espacio interno donde la estabilidad convive con la ligereza.
Este principio no se limita a la esterilla: se extiende a nuestra vida diaria. Porque en el fondo, ¿qué es vivir sino aprender a sostenernos firmes en lo que nos nutre y, al mismo tiempo, abrirnos al cambio con confianza?
La importancia de las raíces
Las raíces en yoga se manifiestan a través de los puntos de apoyo: los pies en posturas de pie, las manos en equilibrios sobre brazos, la pelvis en asanas sentadas. Esos apoyos no son meramente físicos; representan nuestra capacidad de confiar en la tierra, en lo que nos sostiene, en lo que da estructura.
Sentir la planta del pie completa en el suelo en Tadasana, por ejemplo, no es solo un detalle técnico. Es recordar que tenemos un hogar en el cuerpo, que existe un espacio firme desde donde crecer. Sin raíces, cualquier movimiento se vuelve frágil; con ellas, el cuerpo encuentra seguridad y la mente puede descansar.
El valor de las alas
Si las raíces nos recuerdan que estamos enraizados en la tierra, las alas nos invitan a explorar el espacio. En cada extensión, en cada apertura de pecho o mirada hacia arriba, algo en nosotros se eleva.
Las alas representan la ligereza, la capacidad de soltar el control y permitir que el movimiento fluya sin rigidez. No se trata de buscar volar sin dirección, sino de dejar que la práctica nos enseñe a confiar en la expansión. Ardha Chandrasana, por ejemplo, es una postura que muestra este juego: un pie firmemente enraizado mientras el torso y el brazo se abren hacia el cielo, invitando al cuerpo a confiar en el aire.
Equilibrar no es dividir, es integrar
En yoga, estabilidad y ligereza no son contrarios irreconciliables. Al contrario: se necesitan mutuamente. Una postura demasiado rígida pierde vida; una demasiado ligera pierde sostén.
El arte está en integrar ambos aspectos. Sthira y Sukha, como describe la tradición, son los dos principios que guían la práctica: firmeza y comodidad, solidez y suavidad. Cuando una postura tiene ambas cualidades, el cuerpo se siente vivo y la mente, presente.
Más allá de la esterilla
Este juego entre raíces y alas también refleja cómo vivimos. Cuando solo buscamos seguridad, nos volvemos rígidos, incapaces de abrirnos al cambio. Cuando nos entregamos únicamente a la ligereza, corremos el riesgo de perdernos sin dirección.
El yoga nos recuerda que la verdadera estabilidad no es inmovilidad, y que la verdadera ligereza no es fuga. El equilibrio surge cuando encontramos un centro estable que nos permite expandirnos con confianza.
Enraizar para volar
Cada práctica es una oportunidad para recordar que no hay vuelo sin raíces ni raíces que no anhelen expansión.
El yoga nos enseña a sentir el peso de la tierra bajo nuestros pies y, al mismo tiempo, a abrir el corazón hacia el cielo.
Ese equilibrio es más que una técnica: es una filosofía de vida. Porque cada vez que respiramos profundo en la esterilla, cultivamos también la capacidad de estar presentes en el mundo: firmes, pero abiertos; enraizados, pero libres.
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