Malasana: Enraizar para Expandirse

Malasana, la postura de la guirnalda, como un espacio de arraigo y apertura interior. Más que un simple squat, es una invitación a enraizarte para crecer.

Malasana: Enraizar para Expandirse

Hay posturas que nos conectan con algo primitivo, instintivo, algo que el cuerpo sabe aunque la mente haya olvidado. Malasana, la postura de la guirnalda, es una de ellas. Un gesto simple en apariencia —agacharse en cuclillas— que esconde una poderosa herramienta de conexión con la tierra y con nuestro centro vital.

Cuando hablamos de Malasana no nos referimos solo a un ejercicio físico. En yoga, esta postura representa el acto de enraizarse para poder expandirse. Porque no hay crecimiento posible sin un arraigo sólido. Al llevar el cuerpo hacia abajo y abrir las caderas, abrimos también la posibilidad de mirar hacia dentro. Es una asana que invita a soltar, a dejar que el peso descienda, a habitar esa pausa que pocas veces nos permitimos.

Recuperar la postura original del cuerpo

Lo curioso de Malasana es que no se trata de una postura forzada. Es, de hecho, una posición natural que muchas culturas mantienen viva en su cotidianidad: en mercados, en conversaciones junto al fuego, en momentos de espera. Los niños, por instinto, adoptan esta postura sin esfuerzo. Pero en nuestro estilo de vida moderno, la hemos perdido.

Recuperarla es más que un acto físico. Es un recordatorio de cómo hemos ido separándonos de lo esencial. Cada vez que te colocas en Malasana, no solo estiras las caderas y fortaleces las piernas. También recuperas una manera de habitarte más sencilla, más honesta.

Malasana como acto de enraizamiento

En yoga, el enraizamiento no es solo físico. Es mental, emocional. Al apoyar los pies firmes en el suelo y bajar las caderas, establecemos una relación distinta con la tierra. Es una postura que calma la ansiedad, que enseña a soltar la tensión acumulada en la pelvis y el abdomen, zonas donde muchas veces guardamos emociones no resueltas.

Malasana nos devuelve al suelo, literal y simbólicamente. Y desde esa base, desde esa humildad corporal, podemos abrir el pecho, alargar la columna y expandir la respiración.

Una postura viva, no estática

Como en todas las asanas, en Malasana sucede movimiento incluso en la quietud. Aunque el cuerpo permanezca bajo, hay una expansión que nace de dentro. Los codos empujan suavemente las rodillas, el corazón se proyecta hacia delante, la coronilla se eleva. Es un diálogo entre gravedad y ligereza.

Y no siempre resulta cómoda. Al principio, las caderas tensas y los tobillos rígidos pueden resistirse. Pero esa incomodidad tiene algo que enseñar. Aprender a quedarse, a respirar, a negociar con las sensaciones sin huir, es parte del trabajo interno de esta postura.

Más allá de la esterilla

Lo que Malasana propone no termina cuando deshaces la postura. Te invita a revisar cuánto contacto tienes con tu propio centro, con la tierra que te sostiene y con la capacidad de abrirte desde ahí. A recordarte que solo quien está bien plantado puede realmente crecer sin miedo.

Cada vez que practicas Malasana, más que una flexión profunda de caderas, cultivas presencia. Y en tiempos de desconexión, eso es un acto revolucionario.

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