
Ajustar en la práctica de yoga es mucho más que colocar una mano aquí o mover un pie allá. No se trata de moldear cuerpos como si fueran figuras de barro, ni de imponer una forma única que responda a un ideal técnico. Ajustar —cuando se hace de forma consciente— es un acto profundo de escucha, respeto y presencia.
Y sin embargo, no siempre es necesario. A veces, el mejor ajuste es no tocar. O quizás, ofrecer una palabra, una mirada, un espacio seguro donde la persona descubra por sí misma el camino hacia su alineación natural. La pregunta no es cómo ajustar mejor, sino cuándo hacerlo y para qué.
El ajuste como conversación, no como corrección
Durante años, las clases de yoga heredaron una cultura en la que el profesor era la autoridad que sabía cómo debía colocarse cada cuerpo, y el alumno, alguien que debía dejarse hacer. Hoy, muchas escuelas y docentes replantean esa idea.
Un ajuste físico no es una imposición, sino una conversación silenciosa entre dos cuerpos y una respiración compartida.
Antes de intervenir, es esencial observar. Ver si ese cuerpo necesita ser tocado o si, en realidad, está explorando su propia verdad dentro de la postura. Cada persona habita su asana desde su historia, su cansancio, sus emociones. Lo que desde fuera parece un desvío técnico, desde dentro quizá es el único lugar seguro que ese alumno puede sostener hoy.
Cuándo ajustar: la verdadera escucha
No se ajusta por corregir, sino para acompañar un proceso. Y ese proceso a veces no necesita manos, sino presencia. Antes de acercarte a un alumno, pregúntate:
—¿Es realmente necesario?
—¿Este ajuste es para ayudarle o para calmar mi necesidad de “orden”?
—¿Qué mensaje le transmito al tocarle?
Un buen ajuste jamás debe buscar la perfección externa. Debe invitar a descubrir un espacio interno de mayor apertura, seguridad o conciencia.
Cómo ajustar: tacto con propósito
Si decides ajustar, que sea con la máxima claridad y cuidado. No existe un protocolo único, pero sí principios básicos:
El contacto ha de ser limpio, firme y respetuoso. Un toque confuso, tibio o invasivo puede generar más inseguridad que beneficio. La respiración de quien ajusta debe estar presente, al igual que su atención plena. Porque en ese instante, no solo estás tocando un cuerpo: estás entrando en su espacio sagrado.
Pregunta antes. Mira a los ojos. Usa las palabras cuando sea necesario. Y recuerda que a veces, un ajuste verbal o una indicación energética (como sugerir que lleve el peso hacia atrás o suavice los hombros) es más transformadora que una mano que empuja.
El ajuste que no se ve
Más allá del contacto físico, hay ajustes invisibles que sostienen la práctica de un alumno. Ayudarle a soltar expectativas. A confiar en que no hace falta llegar al suelo con las manos para estar en su postura. A quedarse con su respiración cuando la mente quiere salir corriendo.
Estos ajustes internos —los que colocan al practicante dentro de sí mismo— son los más valiosos y, a menudo, los más difíciles de ofrecer. Porque implican también que como docente o acompañante sueltes tu ego y el deseo de mostrar resultados externos.
Ajuste, consentimiento y cuidado
Nunca debería haber un ajuste sin consentimiento. Lo ideal es preguntar antes de iniciar una clase si alguien prefiere no recibir ajustes físicos. Y en caso de hacerlo, respetar siempre la posibilidad de negarse, sin explicaciones. El respeto al cuerpo ajeno es parte del yoga, tanto como las posturas o los pranayamas.
Ajustar desde el corazón
Ajustar bien es un arte. Y como todo arte, se aprende con práctica, humildad y mucha observación. Se trata de afinar la sensibilidad para percibir cuándo el ajuste es una ayuda y cuándo una invasión. Y, sobre todo, de recordar que no ajustamos posturas: ajustamos momentos.
Porque a veces, un ajuste no es cambiar la dirección de un pie, sino sostener a alguien en silencio, ayudarle a respirar cuando la postura aprieta, recordarle que no pasa nada si hoy no llega más lejos.
Al final, el mejor ajuste que puedes ofrecer es ese que deja al otro más dentro de sí mismo, no más cerca de tu idea de cómo debería estar.
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