Bhujangasana, la postura de la cobra en yoga. Un gesto de apertura, fortaleza y renacimiento para cuerpo, pecho y corazón.

Una postura que habla de renacer
En el universo del yoga, pocas posturas evocan una imagen tan poderosa como Bhujangasana. Su nombre en sánscrito significa literalmente “la postura de la cobra”, y es imposible no imaginar a ese animal antiguo, mitológico, que alza su pecho y cuello con una mezcla de alerta y serenidad.
Así se presenta esta asana: como un gesto de renacimiento, como una llamada a despertar lo que se ha dormido dentro de nosotros.
Bhujangasana no es solo un estiramiento de la espalda ni una acción para abrir el pecho. Es una invitación a conectar con una fuerza que quizá habíamos olvidado. Una oportunidad de quitar peso de los hombros, elevar el rostro al cielo y permitir que la respiración entre, profunda y generosa, por espacios que llevaban tiempo cerrados.
El símbolo de la cobra
En muchas tradiciones antiguas, la cobra es símbolo de renovación, poder y protección. Se despoja de su piel para renacer, se mueve con plena conciencia de su entorno y sabe cuándo esperar y cuándo mostrarse.
Practicar Bhujangasana es encarnar ese gesto. Es recordar que en cada ciclo, en cada día, existe la posibilidad de quitarse las pieles viejas: las tensiones, los miedos, las rigideces emocionales que se acumulan en la espalda y el pecho.
Al alzar el torso y abrir el corazón, no solo trabajamos físicamente una extensión, sino que le damos un mensaje a la mente. Le decimos: “Aquí estoy, dispuesto a mirar hacia delante”.
Más allá de la forma
Aunque en la técnica se habla de colocar las palmas bajo los hombros, de alargar la columna, de mantener los codos pegados al cuerpo, la esencia de Bhujangasana no está en su geometría perfecta, sino en la actitud desde la que se ejecuta.
Cada respiración en esta postura debería ser una celebración. Una exploración delicada de cuánto puedo abrirme hoy, de cuánto espacio me permito en el pecho, de cuánto peso suelto de esa mochila invisible que todos cargamos.
No hay prisa. No hay un resultado esperado. La cobra no se compara con otras cobras; se mueve según su ritmo interno. Así debería ser nuestra práctica.
Abrir el pecho, abrir la vida
Vivimos demasiado encorvados. Literal y simbólicamente. Los hombros hacia delante, los ojos al móvil, la respiración superficial, el pecho cerrado para protegernos de las noticias, del estrés, de las emociones que duelen.
Bhujangasana rompe con ese patrón. Nos obliga a llevar los hombros hacia atrás, a alzar el corazón y a mirar hacia delante. Y en ese gesto, tan básico y tan necesario, ocurre algo que no se ve, pero se siente. La respiración baja al vientre, la ansiedad se calma, la mente se abre.
El cuerpo recuerda cómo es habitarse con valentía.
La respiración en la cobra
Si hay una clave para habitar esta postura, es la respiración. No como un complemento, sino como el verdadero motor. Inhalar al subir, dejar que el pecho se expanda como una flor que se abre al sol, sentir cómo el aire recorre la columna, alarga las vértebras y aligera las cargas.
Y al exhalar, permitir que las tensiones bajen. Que los hombros dejen de resistir, que la mandíbula se ablande, que el ceño se suavice. Cada respiración en Bhujangasana es un gesto de reconciliación con uno mismo.
Lo que enseña esta postura
Más allá de lo físico, esta asana enseña a afrontar los momentos de rigidez emocional. A veces, al igual que el cuerpo, el alma se encierra, se vuelve rígida, se protege. Pero igual que la espalda puede volver a estirarse, el corazón puede aprender a abrirse de nuevo.
Bhujangasana no pide heroicidades. Solo pide honestidad. Preguntarte: ¿cuánto espacio me concedo hoy? ¿A qué quiero asomarme si elevo un poco la mirada? ¿Qué capas me gustaría dejar atrás?
Cada práctica es distinta. Habrá días en los que la cobra se alce sin esfuerzo y otros en los que apenas se despegue del suelo. Y ambas son prácticas valiosas.
El efecto que perdura
Lo hermoso de esta postura es que, aunque el cuerpo vuelva a su forma habitual después de ella, algo se queda. Tal vez una respiración más profunda. Quizá una espalda que ha soltado nudos antiguos. O, a veces, simplemente la sensación de haber estado un instante verdaderamente presente.
Ese es el verdadero propósito de Bhujangasana: no sólo estirar, sino habitar. No sólo movilizar, sino despertar.
Cuando uno sale de la postura, algo ha cambiado. Lo sientes en el ritmo de la respiración, en la claridad de la mente, en el brillo ligero de los ojos.
Bhujangasana fuera del mat
La verdadera magia ocurre cuando lo aprendido en esta postura se traslada a la vida cotidiana. Cuando al caminar por la calle recuerdas llevar los hombros atrás. Cuando, en un momento de duda, decides alzar el pecho en lugar de encogerte. Cuando te reconoces capaz de soltar pieles viejas y volver a empezar.
Porque en ese gesto antiguo de la cobra está contenida una enseñanza eterna: que siempre podemos renacer.
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