El Valor de las Posturas de Recuperación

Las posturas de recuperación son el espacio donde el cuerpo asimila, la mente se entrega y la práctica de yoga se hace realmente integradora.

Mucho más que un cierre

En muchas clases de yoga, las posturas de recuperación se colocan al final, como una especie de cierre formal. Pero en realidad son mucho más que eso. Estas posturas —savasana, supta baddha konasana, viparita karani, entre otras— no son solo descansos físicos, sino espacios necesarios para que todo lo que se ha movido durante la práctica pueda asentarse.

El valor de estas asanas reside en su capacidad de integrar. Cuando nos detenemos, cuando dejamos de hacer, permitimos que el cuerpo asimile los cambios, que la mente se aquiete y que el sistema nervioso salga del estado de alerta.

Soltar es practicar

En occidente, donde valoramos la actividad, muchas veces se subestima la importancia de no hacer. Pero en yoga, aprender a soltar conscientemente es una práctica en sí misma. No se trata solo de acostarse en el suelo y dejarse llevar. Es un ejercicio profundo de entrega: dejar que la respiración se deslice sin esfuerzo, permitir que el peso del cuerpo caiga hacia la tierra y abandonar la necesidad de controlar.

Es precisamente en esas posturas de descanso donde podemos escuchar al cuerpo sin la interferencia de la voluntad, donde percibimos qué ha cambiado después de la práctica y qué zonas aún resisten.

El trabajo sutil del sistema nervioso

Las posturas de recuperación son una invitación directa al sistema nervioso parasimpático, responsable de la calma, la digestión y la reparación. En estas posiciones, la frecuencia cardíaca disminuye, la respiración se vuelve más amplia y lenta, y el cuerpo entra en un estado que permite reparar tejidos, equilibrar hormonas y calmar la mente.

Este efecto reparador no se consigue en la acción, sino en la quietud. Por eso, cuanto más conscientes somos de la importancia de estos momentos, más completa se vuelve la práctica de yoga.

Recuperar el arte de detenerse

En un mundo que premia la productividad, detenerse parece un acto de rebeldía. Pero en yoga, es un acto de respeto hacia el propio cuerpo y hacia la práctica. No hay verdadera transformación sin integración. Y esa integración sucede en el silencio de las posturas de recuperación.

Es ahí donde la práctica se asienta, donde las tensiones se liberan del todo y donde podemos percibir con más claridad las emociones, pensamientos o resistencias que aún permanecen.

Hacer espacio para lo que queda

Practicar posturas de recuperación es, también, hacer espacio para lo que no se ha dicho, para lo que no se ha sentido aún. Muchas veces, en la quietud, aparecen comprensiones que durante la acción estaban ocultas. Y ese es uno de los regalos más valiosos del yoga.

Porque no se trata solo de moverse, sino de saber detenerse.

De permitir que, en la quietud, el cuerpo y la mente se reordenen.

De aprender que no todo se consigue haciendo, y que a veces el mayor acto de cuidado es no intervenir.

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