Posturas de yoga que ayudan a enfriar el cuerpo, calmar la mente y suavizar el ritmo durante los meses más cálidos.

El verano como maestro de lentitud
El calor no solo afecta al cuerpo: también transforma nuestro ánimo, nuestras rutinas, y la forma en la que nos movemos. Practicar yoga en verano no consiste en hacer más, sino en hacer mejor. En escucharnos con más sutileza, en dejar que la energía baje hacia la tierra, en cultivar la frescura desde dentro.
Durante esta estación, el cuerpo necesita descanso activo, respiraciones amplias y movimientos suaves. La práctica se convierte así en un espacio de alivio, no de exigencia. Y hay posturas —aparentemente simples— que pueden traer una gran sensación de frescor y reposo.
El cuerpo como espacio de enfriamiento
En la medicina ayurvédica, el verano se relaciona con el dosha pitta, que representa el fuego. En exceso, este fuego interno puede manifestarse como irritabilidad, impaciencia, inflamación o sobrecalentamiento. Las posturas refrescantes ayudan a equilibrar ese calor, activando zonas como las ingles, el abdomen bajo y la zona del corazón con suavidad, sin esfuerzo excesivo.
Flexiones hacia adelante, posturas restaurativas, torsiones suaves y aperturas de cadera bien sostenidas son aliadas naturales del verano. Nos invitan a soltar tensión acumulada, liberar la respiración y crear espacio interno.
Respirar fresco también es parte de la práctica
El frescor no viene solo del cuerpo. La mente también necesita calmarse, aquietarse, soltar el deseo de rendimiento. Por eso, acompañar estas posturas con técnicas de respiración refrescante —como sitali pranayama— puede profundizar la sensación de bienestar.
Al inspirar con suavidad por la boca o por la nariz con conciencia, y al exhalar largo por la nariz, el cuerpo responde bajando su temperatura y activando el sistema parasimpático. La calma se instala desde la raíz.
Una práctica que abraza el ritmo del verano
Practicar posturas refrescantes es una forma de decirle al cuerpo: te escucho. De no pelear contra el calor, sino de adaptarse con sabiduría. Una práctica de verano no busca la intensidad física, sino la calidad del estar. De sostener posturas sin tensión, con apoyo, con pausa.
Así, la esterilla se convierte en un lugar donde el verano no agota, sino abraza. Donde moverse es como flotar en agua tibia, donde lo esencial vuelve a estar claro: respirar, habitar, sentir.
Conclusión: una invitación a la suavidad
Las posturas refrescantes son un recordatorio de que la práctica de yoga no tiene por qué ser exigente para ser profunda. El verano es la temporada ideal para bajar el ritmo, mirar hacia adentro y encontrar, en lo simple, un refugio.
Quizá no se trata de hacer más posturas, sino de quedarte un poco más en una sola. De abrir espacio, bajar la temperatura interna y dejar que, sin forzar, el cuerpo regrese a su equilibrio natural.
El yoga también es eso: saber leer el momento, y practicar en sintonía con él.
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